And so it is...


una vez


como aquella noche
repite
ocho
tonos
apenas

Call Me...


César


A César lo conocí hace poco, cuando yo trabajaba para una compañía de educadores. Desde el primer contacto mostró una actitud de colaboración, se le dio comida, su espacio. Mientras devoraba su almuerzo, lanzaba al aire pequeñas miradas. Comió con mucha rapidez. Considero que César es un joven sano, con una estatura de 1.60 metros, tez morena, de esa quemada a fuego lento, unos ojos cafés. Su cabello es de un negro azabache, lacio, con una piel rajada del frío y unos labios desérticos. En su cuerpo se ven manchas de tierra y humo. Ese día vestía un sudadero de colores con líneas horizontales, y sus pies retenían unos tenis rojos y blancos. En la espalda sostenía una mochila negra, grande y llena de agujeros. Durante la entrevista me percaté que estaba bajo los efectos de solvente: su mirada vacía y esquiva lo delataba. En general es un joven bastante alegre, aunque no sé cómo demostrarlo. Durante la entrevista lloró unas cuantas veces. Fue obvio que contar su historia le resulta muy tormentoso. Durante todo el tiempo, me dijo que no quería ser internado en ningún lugar. A continuación la breve pincelada de sus veintiún años.


El 29 de agosto de 1989 nació César Augusto Monroy, en la ciudad de Guatemala. Su hogar era la Colonia El Amparo, zona 7, ciudad capital. Solía vivir con su mamá, hermanos y padrastro. Él es un joven de la calle, de 21 años. Siempre tuvo una relación constante con su familia, ya que en ocasiones regresa a su casa por unos dos meses de manera intermitente, lapso en el que su familia le apoya.


Desde la calle, César extraña a su familia, recuerda las horas que compartía con ellos en la mesa a la hora de comer, como cuando iba a la iglesia, esas cosas. Ahora sólo se ve en sus ojos un “los extraño”. Pero no todo son recuerdos agradables. César ha vivido de una manera muy dura, como cuando su padrastro lo agredía. O como cuando su abuela lo maltrataba a él y a su hermana. La abuela tenía un puesto en el mercado, donde debían los hermanos ayudarla a vender. Siempre les hacía cargar cajas de mucho peso, lo que le causó una hernia a su hermana.


César recuerda la primera vez que huyó de su casa. Contaba con siete años apenas; esto sucedió por el maltrato del que era víctima. Mi abuela es mala, me pegaba cachetadas o nos pegaba con la manguera. A ella sólo le interesa uno si tenés pisto.


Además, su permanencia en la calle se debió a la relación que tenía con una joven, la amaba, asegura él. Pero César la lastimó mucho, incluso la golpeó, por eso de los celos. Ella nunca lo perdonó y con el sentimiento de abandono se lanzó a las calles.


La primera vez que se fue de su casa, se instaló en la entrada del Hospital Roosevelt; comía, dormía y hacía sus necesidades ahí. Eso hasta que un señor le ofreció un trabajo de voceador de diarios, además le daba de comer los tres tiempos. Con una edad tan corta, la calle lo fue amoldando, le fue perdiendo miedo. Ahora, su mamá lo visita regularmente en la calle, trata de darle apoyo, le dice que salga de las calles, que deje las drogas. César sabe que quiere a su mamá y a sus hermanos, los hijos de su padrastro. Llora con calma cuando piensa en esto.


A veces se arrepiente de andar en las calles, le falta su familia, quiere abrazar a sus hermanos. Sabe que ya no quiere estar así, en la calle se sufre mucho: frío, hambre, golpizas por parte de los policías, todas esas angustias de sobrevivencia. Actualmente deambula por la Avenida Bolívar, come algo en los comedores solidarios que instaló el gobierno, duerme junto a sus “compañeros”, bajo las chamarras que le regalan ocasionalmente.


Lentamente aprendió a mendigar, asegura, para comer pide dinero, aunque asegura que si no pidiera con el “por favor”, no le darían nada. César distingue entre “le bien y el mal” dice, prefiere pedir a robar para comer o comprar drogas. Antes robaba, hasta que unos policías lo intentaron asesinar. Una vez iba con una chava en El Trébol, acabamos de robar pero la policía nos agarró y nos llevaron a una estación en Pamplona. Los policías intentaron violar a la chava, nos desnudaron para buscar el pisto que habíamos robado, a mí me querían matar. En ese entonces tenía diecinueve años. Pero como les dimos el dinero no nos pasó nada.


Todas las noches, César se reúne con sus amigos, con Israel, Carlos, William, Ernesto, Jasón, Miguel y Aura. Por el momento anda soltero, sin embargo el año pasado tuvo una pareja, con quien se mantuvo unos cuantos meses. Ambos vivían en la calle, ella había sido violada por su papá, ese daño no se repara con nada, a ella le gusta mucho andar con otros a la vez, por eso la dejé, porque no me convenía, piensa César.


Y aunque no se crea, sus amigos de la calle lo han apoyado bastante. Carlos El Elotero lo ha llevado a su casa, la mamá de Carlos lo quiere mucho, le da comida, un lugar donde dormir. Pero quienes más le han perjudicado en las calles han sido los mareros. Le pegan mucho. Y los policías, con el garrote le pegan aunque no esté haciendo más que estar en la calle, lo obligan a hacer ejercicios, lo maltrata. Hasta algunos peatones lo desprecian, lo insultan. La gente le grita que vaya a trabajar, pero César tampoco se deja, les responde que le den trabajo. Él dice que los insultos no le dañan, igual les responde.


César estudió un tiempo en la escuela, aunque ya no recuerda a qué grado llegó. Algunas veces ha trabajado, en lo que sea, pero sus afinidades son la carpintería, la construcción. Le gusta aprender de todo, asegura. En la Fundación El Castillo le enseñaron carpintería, manualidades, panadería. Ahora no ha ido a la fundación, no ha pedido apoyo, aunque sabe que se lo darían si lo pidiera. Al menos sus hermanos están aprendiendo algún oficio. Hubo un tiempo en que trabajaba en un depósito llevando producto a las tiendas. Otras veces ayudaba al pastor de una iglesia a vender huevos y jabón, ganaba unos doscientos quetzales a la semana. Con eso ayudaba a su familia, y se compraba algo de ropa, unos zapatos quizá. Pero las hijas del pastor se enteraron que consumía drogas, y comenzaron a llamarlo drogadicto. Con una sensación desabrida en el ego, César regresó a las calles después.


Ese “retorno” a las calles no le fue tan difícil como las primeras veces, se integró a un grupo de jóvenes de la calle. No tiene un lugar estable, vive el día a día, sin bañarse, a veces sin dormir, la mayoría sin comer algún bocado. Cuando no reúne los tres quetzales para comer en el comedor solidario, va a la Casa Central, donde Janeth le da algo de comer. La asociación Mojoca también lo ayuda de vez en cuando, los sábados les permiten bañarse, pero debe llegar cuatro sábados seguidos para que se lo permitan. Y cuando se enferma –constantemente padece de gripe– ha ido al Centro de Salud más cercano, pero muy pocas veces lo hace, prefiere dirigirse a Mojoca. César sabe que sin esa asociación estaría mucho peor.


Desde los nueves años César ha consumido drogas. Apenas recuerda que unos adultos le dieron marihuana y algo de solvente. Cuando consumía drogas miraba cosas bonitas, me sentía bien, y como me gustaban, me quedaba en la calle. Ahí encontraba esas cosas, dice. Él consigue las drogas en la zona tres, con unas personas que no viven en la calle, pero no puede decir quiénes son, no vaya a ser que le hagan algo por bocón. Ha intentado dejar las drogas en varias ocasiones, como cuando va a su casa. El último intento fue hace unos dos meses.


Cuando regresa a su casa trabaja, ayuda en el oficio, le gusta hacerlo porque su mamá lo acostumbró a lavar los trastes, a barrer. En su hogar vive, come, duerme con uno de sus hermanos pequeños porque él no tiene cama, si nunca llega a su casa. Es pequeña, con paredes de bloc, de un nivel, pero con espacio para todos. César sabe que no tiene nada de bueno estar en la calle, no se tiene nada en ese vacío tan vacuo de las avenidas.


César sabe que necesita salir de las calles, regresar con su familia, conseguir un trabajo. Quiere ropa, zapatos, cosas que tiene en su casa pero que no saca porque se las roban en la calle. Lo que más teme de la calle es que los policías lo agarren y lo lleven a la cárcel, no tiene un solo papel de identificación, como un equis equis podría ser enterrado de morir en la calle. Le hace falta estar con Dios, porque Dios me ha ayudado. Me falta todo, señala César.


Si se le pide a César describir con una palabra la vida de la calle, responde al instante, casi instintivo: v-i-o-l-e-n-c-i-a. Hay mucha agresión física y verbal. Una vez, por culpa de un don, le dieron un cuchillazo en el rostro, él sólo le tiró una piedra a la cabeza. Pero no es que él sea violento, sólo se altera demasiado, y después le pide perdón a Dios, porque sabe que eso no es bueno. Otras veces le ha pegado a otros chavos de otros grupos. Por ahora ha estado sin pleitos, porque César sabe que en esta vida todo se paga, hasta la violencia con violencia.


Cuando regresa a casa, juega con sus amigos de la colonia un poco de fútbol, hacen quinielas sobre quién ganará el partido. Cuando era pequeño no le gustaba tanto el fútbol, era más hacia los carritos. Pero su verdadera pasión son las motos, desde que su padrastro le prestó una, o como cuando en la Fundación Castillo le prestaron una bicicleta y cayó. Desde entonces me gustan las dos llantas.


Él sabe que todos los jóvenes y niños de la calle huyen de sus casas por las amenazas que reciben, otros porque les pegan mucho. En el caso de las mujeres, a la mayoría las viola su padrastro. César recuerda cuando tuvo una compañera. Tenían sexo en la calle, o cuando podía buscaban un motel donde no hiciera frío, pero para pagarlo debían robar antes. Todos sus amigos piden o roban, para comprar drogas porque no se aguantan.

Hoy sí


Hoy sí le juro que le voy
a hacer lo mismo, para que
entienda de una buena vez
por todas. Sí, lo voy a hacer,
sí, sólo así entenderá por
siempre. - Bocatorcida.

¿Por qué?


Incertidumbre

¿Por qué?

Duda

¿Por qué?

Para probarme algo

¿Por qué?

Porque quise

¿Por qué?

Porque sí

¿Por qué?

Porque así es la vida

¿Por qué?

Porque ya nadie cree en él

¿Por qué?

Porque lo hemos olvidado

¿Y ahora?

No.

Casualidad de transistores


a Paola
...
(8) I walk a lonely road
The only one that I have ever known
Don't know where it goes
But it's home to me and I walk alone

I walk this empty street
On the Boulevard of Broken Dreams
Where the city sleeps
and I'm the only one and I walk alone

I walk alone
I walk alone

I walk alone
I walk a...

My shadow's the only one that walks beside me
My shallow heart's the only thing that's beating
Sometimes I wish someone out there will find me
'Til then I walk alone

Ah-ah, Ah-ah, Ah-ah, Aaah-ah,
Ah-ah, Ah-ah, Ah-ah

I'm walking down the line
That divides me somewhere in my mind
On the border line
Of the edge and where I walk alone

Read between the lines
What's fucked up and everything's alright
Check my vital signs
To know I'm still alive and I walk alone

I walk alone
I walk alone

I walk alone
I walk a...

My shadow's the only one that walks beside me
My shallow heart's the only thing that's beating
Sometimes I wish someone out there will find me
'Til then I walk alone

Ah-ah, Ah-ah, Ah-ah, Aaah-ah
Ah-ah, Ah-ah

I walk alone
I walk a...

I walk this empty street
On the Boulevard of Broken Dreams
Where the city sleeps
And I'm the only one and I walk a...

My shadow's the only one that walks beside me
My shallow heart's the only thing that's beating
Sometimes I wish someone out there will find me
'Til then I walk alone... (8)

Ana se acababa de levantar, pero ella sabía que
esa no era su primera elección, en todo caso se
hubiera ido por algo así como Dream on, de
Depeche Mode. En fin, tenía que ir hacia el baño,
tomó una toalla y pisando las losas frías salió de
su cuarto.