Agapanthoideae



María


Hoy estaba haciendo unos trabajos de traducción en Café León, junto a una taza de capuchino/latte; sí, pocos saben la diferencia entre uno y otro. Tenía la compu enfrente y unos papeles alrededor, nada del otro mundo, un calor inmenso hacía esta tarde. De la nada, a medio sorbo de café, recibo un correo de Alejandro. Asunto: carta. Detuve toda la maquinaria inglés/español de mi cabeza y decidí leerlo, llevaba tiempo de no saber de aquel.

Me comentaba de su nuevo hijo, acababan de decirle que sería papá, y lo contento que estaba.

Yo tomé lentamente la taza y el vidrio caliente quemó mi mano, la dejé ahí, para recordarme que seguía respirando. Una tristeza inmensa llenó el salón de piso ajedrezado.

Guardé los papeles, apagué la máquina. Salí preguntándome por qué me sentía así, yo que nunca he pensado en niños, en hijos, en hermosas niñas de colitas y vestidos, en el olor de los bebés, tan puro, tan impasible y tan narcótico.

Pensé en ella, en María, en un hijo nuestro, con sus ojos de avellana y mi nariz chata, gordito, hermoso, dormido mientras ambos le leemos cuentos, y le contamos de nuestros viajes y de nuestras locuras, solamente quererlo todo.

Regresé caminando a mi casa, pensando en lo preciosa que sería una hija de María.

Entré y la vi sentada, estaba redactando unas cosas y restregaba sus ojos cansados, ella me vio e instintivamente supo que andaba jodido. La abracé y ella apretó su pequeño cuerpo contra mi pecho, lloré, mis lágrimas cayeron a sus hombros, acariciaba mi pelo. Me aparté y nos vimos lentamente a los ojos, ella cansada, con mil problemas a cuestas, y yo, pidiéndole que me amase con toda la furia del mundo, que me quisiese de esta manera desenfrenada.

Dormí soñando con nuestra hija hoy, abrazando a María, distendiendo el tiempo entre nosotros, sólo para que nos alcanzara y amarnos.

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