Astilla en el dedo




Hoy me dediqué a buscar una cámara con la cual tomar algunas fotos. Luego de desempolvar estuches, encontré una Sony viejísima de dos megapixeles. Me fui a meter al Hipódromo del Norte, había un gentío horrible, más un sol aplastante. El grupo de Scouts 10 hacía actividades para niños y todos los perros que paseaban parecían autómatas, ni uno solo jugueteaba, se dedicaban a caminar como idiotas junto a sus más idiotas dueños. Cómo ha cambiado, hay puestos de Emetra y el gusanito verde da vueltas constantemente. Me cobraron cinco pinches queques para entrar al mapa ese en relieve, me sorprendió lo atestado de gente que estaba, y un niño pregunta por qué en el letrerito que señala Esquipulas en el mapa tiene una iglesia, me cagué de la risa al ver que la madre no supo responderle. Luego me metí a la feria esa de Carrousel y entre los juegos mecánicos y demás charadas, recordé el resbaladero gigante, llevaba añales de no lanzarme por él. Rápido busque otros cinco pesos, pagué mi entrada, arrastré mi costal por un total de cincuenta y cuatro gradas, me senté y me dejé ir. PUM. Todos los recuerdos que me trajo esa caída, las luciérnagas de noche en el parque, las carretas de metal donde me tomaban fotos de pequeño y unos helados de sombrilla que vendía una mujer de axilas peludas. Terminó mi descenso y con él todos aquellos buenos días de antaño. Ahora no me queda nada de ese parque más que la sensación de que todo se me acaba en los lugares de infancia y una astilla en el dedo.



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