Los aparatitos


- A man chooses, a slave obeys.

Andrew Ryan


Una taza de café amargo y frío me espera en la mesa sucia, debo escupirlo al no soportar la combinación macabra. Araceli me odia, ahora. Ya no la chuleo con aquellas frases de Corín Tellado que ella creía, eran de la telenovela de las doce. Cero limpieza para este huésped, supongo. Regreso a la habitación y me pongo un jeans y una playera blanca sin mangas, meros escuálidos mis brazos. Tomo la bolsa de aparatitos recolectados en la semana y salgo a romperme los dientes con el frío de este noviembre tan callejero. El Scrappy me espera en la esquina con esa su pose de poppero punky homosexual salido de un rave eterno. Puta madre, mucho maquillaje para querer cubrir la cicatriz que le hicieron la semana pasada en el hocico, con el despitador, las cerotas aquellas.

- Jota, vámosle pues, el Gordo está allá - me dice mientras tira su cigarro de culito a la calle - Sí trajiste los ladrillos, ¿verdad, pisado?

- A huevos que aquí están, no me jodás. Para ser más mula sólo vos - y el Scrappy me sonríe como idiota al ver la bolsa levantada hasta mi hombro.

Nos vamos caminando toda la séptima hacia arriba entre las escueleras de retrancas y sus calzoncitos con tufo a humedad, los indigentes familiares, algunos idiotas garífunas celebrando un su día en el Parque Central, y las reputas palomas que no dejan de cagarse en todo. El Scrappy viene excitado junto a mí, me ofrece un caminito blanco de piedra que le rechazo; uno de los dos debe ir vivo para esta mierda. Llegamos al Telgua y nos metemos junto al barzucho ese de los españoles.

- Mirate a esos hijos de puta vos, no les bastó con venir a cogernos a todos, ahora quieren zamparnos esas sus mierdas de artistas maricas en la cabeza - el Scrappy ni sabe lo que dice, yo sólo me río por la bajo y me estreso - ¡Españoletes hijos de la gran puta!

- Calmate pisado, no seas pendejo, nos van a chingar estos de aquí - y tomo por el brazo al pisado este para arrastrarlo más adentro de los Cápitol.

El aire aquí es más espeso que el de la calle. Una luz tan tenue y desgraciada. Vamos dando pasos calmados y el Scrappy tarareando canciones. Ojos nos miran a través de las ventanas y mostradores, saben que vamos con el Gordo. Subimos una serie de gradas y llegamos a un local de esquina con ventanas polarizadas. Un par de negrotes están a la entrada, nos acercamos y nos dan una registrada de la gran puta, casi les pido un examen de próstata de paso a estos pisados. Le abro la bolsa en la cara al de la izquierda, mete la mano, revuelve los aparatitos y la saca, su pulgar había quedado con algo de sangre de uno de los ladrillos que agarramos el martes. Pasen nos dicen apenas. Hileras de maquinitas amarran a pelones frente a las pantallotas y los soniditos electrónicos. El Scrappy está nervioso, y yo mantengo el temple, hijueputa, no podemos perder tan cerca. Llegamos al final y una gorda enana sentada en un banquillo de madera frente a una tornamesa rota cuenta plata, cuánta plata la que cuenta me dice al oído el Scrappy.

- ¿Media hora? Veinticinco, y pueden hacer lo que quieran, si necesitan algún instrumento serán cinco extras.

- ¿Por qué media hora nada más?

- Porque estas pisaditas no soportan tanto, no son como nosotras, las maduritas.

Los anillos rocosos en la manita de la enana se me hacen buenos para masturbarme. El Scrappy ya hace todo el traqueteo mientras yo divago en excitación. La enana se baja del banco y nos llega a la cintura, perfecta para una mamada pienso. Nos hace un ademán y la vamos siguiendo por una serie de puertas, una tras otra, una tras otra y una tras otra, entre cada puerta hay niñas desnudas bailando sobre pelones, sus pequeñas vaginas sangrando del miedo o de la costumbre. Putas, en fin, niñas putas. Entramos a un recinto de paredes bermejas y la enana se da la vuelta y cierra. Al principio no lograba ver ni mierda, pero cuando la pupila se fue acostumbrando, apareció una niña con una camisa blanca larga y las lágrimas hasta los hombros. De la nada, un manotazo a su espalda la lanza unos metros por el suelo, gime un poco y se levanta, vuelve a desaparecer en el bermejo de la pieza.

El Gordo es un cerotón con una panza tan grande que a cada instante podría parir una ballena azul. Sus manos rechonchas se posan sobre el hombro izquierdo del Scrappy y el mío.

- Aquí traemos los ladrillos.

- Patojos estos, no pensé que pudieran, varias veces los tuve que estar controlando.

- ¿Y cuánto será entonces? - se adelanta el Scrappy, pero sólo le cae un garrotazo en la nuca y abraza el suelo.

- Qué impaciencia muchachos, esto no es así - y de las piernas jalan al Scrappy entre lo bermejo.

- Estos son los recolectados - le digo, mientras se da la vuelta para echarse en unos sillones rojos.

Una niña aparece rápido, otra niña, y se sientan a la par del Gordo, comienzan a bajarle el zíper y le sacan una verga gigantesca, descendiente de Goliat pienso. Las niñas están sobándole la pija al Gordo y yo estoy parado frente a esto, apretando la bolsa con los aparatitos. El Gordo continúa hablando y yo comenzaba a excitarme cuando un cuerpo me cae encima, siento sangre tibia sobre la playera. El Scrappy aparece todo vergueado y sin unos cuantos aretes, apenas se sostiene.

- Aquí tenés - y el Gordo me lanza un cuchillo - matá a este pendejo de una vez y serás bienvenido.

El Scrappy me ve agacharme para recoger la hoja filuda, la paso entre mi pulgar e índice y siento el frío de esa mierda. Me acerco al sangrante Scrappy y lo tomo por la cintura, le beso los labios y le meto la lengua hasta adentro, para sentir los metalitos de sus aretes, el Scrappy aún hace un esfuerzo para gozar del beso cuando lo apuñalo y rasgo todo su vientre. Los intestinos se desparraman en el suelo y las niñas aprietan con más fuerza la verga del Gordo. Dejo la bolsa con los aparatitos en el suelo y me doy la vuelta. Comienzo a correr y atravesar las puertas, las niñas, sus vaginas, los pelones, los huevos sudados, la enana, las máquinas, los negros, las gradas, las ventas, perfumes y lociones, humo, vomito en la acera y caigo, quiero que un carro me aplaste la jeta sobre el vómito; y sangre y vómito salpiquen la calle de la sexta. Logro recuperar el aire, una niña vestida de uniforme escolar se me acerca, me da una tarjeta con una pin-up y un revólver más un celular.

- Él te estará llamando esta semana, ve a descansar.

No me quito con nada el sabor de los metales de Scrappy. Tengo que comer algo, y luego, quizá luego, me vaya a dormir. Pobre Scrappy, rebota en mi cabeza mientras bajo hacia la plaza central y luego a mi tugurio. Seis paredes que aún desconozco.



1 Response to Los aparatitos

  1. Anónimo says:

    puta vos que buena entrada! y qué buen grupo nirvana es la onda!